sábado, 15 de agosto de 2009

Oriente, Occidente, definición de continente, "diferencia" europea, segundo mundo y pateras.

Oriente, Occidente, definición de continente, "diferencia" europea, segundo mundo y pateras.

(Recupero aquí, ligeramente modificado, un comentario que envié, en Diciembre de 2001 a "Ojos de Papel".)

Al pensar en Occidente recorremos mentalmente parte de Europa y parte de América del Norte. Al sur del río Grande o de Gibraltar no hay Occidente. Esto no es nuevo para una cultura que lleva siglos tragando la rueda de molino de la división sociopolítica de los "cinco continentes". Si no nos sabemos habitantes del mismo continente que los chinos, ¿por qué vamos a reconocernos de la misma longitud geográfica que los magrebíes?

En el diccionario, continente es "cada una de las grandes extensiones de tierra separadas por los océanos". Si tuviéramos un mínimo pudor geográfico, comprenderíamos que los 5 continentes son Eurasia, África, América del Norte, América del Sur y Australia.

En mis conciudadanos europeos, observo una tendencia al euro-chauvinismo. Los europeos no cabemos en nuestra divinidad, tan culta, tan bienhechora, tan "diferente". Parecemos creer que los humanos nos dividimos en bienhechores y egoístas, o en listos y tontos, y que esas aptitudes o actitudes dependen de nuestra nacionalidad. Muchos europeos piensan, por ejemplo, que los estadounidenses demuestran ser egoístas en momentos de crisis, y el resto del tiempo lo dedican a ser simplemente tontos.

Alguien dijo, más o menos, que el provincianismo se cura viajando. Para curar esta absurda creencia del egoísmo y la tontería exclusivamente norteamericanos, basta con tener los ojos abiertos y los oídos limpios, sin moverse de casa. Lo que le falta a Europa para desarrollar su propio binomio egoísmo/tontería son años de rodaje en la sociedad del acomodo. No hay comportamiento "genuinamente americano" que no acabe apareciendo en Europa: la casa cerca de la ciudad, con jardín y aire acondicionado, los tres coches por familia, el televisor gigante abonado a cientos de canales, la omnipresencia del deporte mayoritario, la obsesión por los seguros, la obligación social de tener una cartera de inversión, la mayor preocupación por el precio de la gasolina que por la ecología o la justicia en los países productores, el bipartidismo simétrico y el consiguiente crecimiento de la abstención electoral...

Para no hacernos daño con más miradas al espejo de nuestra propia casa, dejemos a un lado la acusación de egoísmo que afecta a todo el pueblo (indefendible para cualquier comunidad o nación, y más para un país con la mezcla racial y cultural de los EE.UU.), y entremos al trapo del egoísmo a nivel de los gobiernos. En materia de egoísmo, la historia de Europa en el siglo XX está plagada de lecciones. Desde el imperialismo alemán hasta los gobiernos que apartaron la vista de la guerra civil española, pasando por la Francia rendida al nazismo que después nos hizo creer -a casi todos- que formó parte del bando aliado.

En materia de actuar por interés en política internacional, los españoles podemos ponernos en cabeza de la manifestación, en vista de los millones de votos recibidos por los políticos autores de las sucesivas leyes de extranjería y del abandono del pueblo saharaui, por no cansar con más ejemplos.

El mal existe, pero es general. Para desgracia del tercer mundo, en todo el primer mundo los políticos utilizan las mismas instrucciones de uso de la democracia: "demos gusto a la mayoría, la justicia no nos va a votar".

P.D.: He mencionado el tercer mundo, pero he de reconocer que yo tampoco sé cuál es el segundo mundo. Lo intuyo como un purgatorio o zona de cuarentena entre el tercer infierno y el primer cielo. ¿Serán las pateras el segundo mundo?